23 mar 2011

El hambre

No hace mucho (o sí, todo depende de cómo se mida el tiempo) me encontré inmersa en una de esas charlas filosóficas que sólo pueden ser fruto del alcohol y el mañaneo. Que no por ello dejan de ser serias sino que, en caso de que sean tristes, son más tristes aún por el contexto. Cuando te da igual ya lo que te diga el otro, cuando hablas porque lo necesitas de verdad y no te atreves a hacerlo sobrio. Cuando le cuentas todo a un extraño que, misteriosamente, ha acabado en tu casa (o tú en la suya, o en un bar cualquiera que te sirva un café). Y que por su posición de extraño te escucha sin juzgar, sin abrir la boca y sólo al final, si acaso, te abraza y te dice que todo saldrá bien. Y te sientes reconfortado. Porque en realidad, de todo esto, has sacado lo que buscabas: el abrazo. Porque la gente está muy sola y tiene hambre de abrazos. Sólo que no es tan fácil, y no vale el de cualquiera. Hoy yo tengo hambre, pero me aguanto, porque los que me faltan son de importación.



Y todo esto viene porque he re-encontrado un texto de Galeano que os transcribo a continuación y que me hubiera evitado toda la charla si lo hubiera tenido a mano en ese momento (y en otros muchos, parece ser un tema recurrente en mis mañaneos).

"Un sistema del desvínculo: El buey solo bien se lame.
El prójimo no es tu hermano, ni tu amante. El prójimo es tu competidor, un enemigo, un obstáculo a saltar o una cosa para usar. El sistema que no da de comer, tampoco da de amar: a muchos condena al hambre de pan y a muchos más condena al hambre de abrazos."


El hambre
El libro de los abrazos
Eduardo Galeano

1 comentario:

Isipez dijo...

Mi libro está en casa de los padres? No lo encuentro aquí.
Hambre de abrazos siempre se tiene, nunca hay suficientes por eso yo intento sobrealimentarme cada vez que voy ;)